“Mar para Bolivia, habla Violeta Parra”, era el saludo en vez del clásico “aló” con que la entrañable artista chilena solía contestar el teléfono al alzar el auricular, recordó Jorge Miranda, músico zampoñero del grupo “Los Choclos” que compartió escenarios con Violeta en La Paz y Santiago, según un reportaje del escritor y periodista Juan Carlos Ramiro Quiroga publicado en el 2009. Con la misma memoria trabajada por Quiroga en un suplemento binacional boliviano-chileno editado por la revista Intemperie, Ernesto Cavour asegura que Violeta Parra escribió “Gracias a la Vida” en la Peña Naira, tema estrenado al son de un charango que el mismo Cavour le obsequió a la Violeta cuando ella visitó La Paz tras las huellas del Gringo Favre, además de las creaciones artísticas de Violeta Parra en Bolivia, narradas también por el trovador boliviano Luis Rico
TESTIMONIO
DE LUIS RICO
1966. Conocí a Violeta Parra cuando volví a La Paz una noche de Peña Naira en que estaban anunciados Los Jairas, conjunto musical compuesto por Ernesto Cavour, pícaro y talentoso vecino de Ch´ijini, Yayo Jofré que “aferrado” a su instrumento, con timbrada voz inmortalizaba el yaraví de Juan Walparrimachi poeta indio hijo de Juana Azurduy, Julio Godoy eximio guitarrista dispuesto a amistades verdaderas, El Gringo Fávre (Fravré) talentoso flautista que después de encantar a los chilenos, vino (o escapó) a Bolivia embrujado por la quena, y Alfredo Domínguez, nuestro arquero tupiceño que por consejo de Liber Forti tenía que dejar la pelota de fútbol y dedicarse plenamente a tocar su guitarra.
Mientras “Los Choclos”, un conjunto musical de sicuris compuesto por seres humanos de eterna vocación de servicio como son los lustrabotas calentaba al público, los parroquianos que no pudimos caber en el recinto, conversábamos en el patio enterándonos de la novedad artística, ideal para la “comidilla”: La presencia de una talentosa mujer que imponía su personalidad tocando la guitarra y cantando canciones interesantes que conmovían el corazón, pero que adolecía de una “falta de bonitéz aguda”.
El vino y la ph´asankalla abonaban el terreno para entender el tiempo que vivía Bolivia: La dictadura del General René Barrientos O. ¿he? ¡O! ¡ha! (Olla de grillos)
La presencia del Che que después de pasear en El Prado, almorzar en el restaurante Ely´s desaparece rumbo a la Higuera donde es capturado por Gary Prado Salmón, es asesinado por orden superior y vuelve a nacer.
Una tarde, cuando Rudy Hendrich, animador-presentador de la Peña Naira es convocado al “nidito de amor” un cuartucho donde dormía, peleaba y se amaba la pareja, Violeta le expone la nueva canción recién compuesta: “Gracias a la vida”. Los bolivianos fuimos los primeros en entender la profundidad de esta canción cuando el cuartucho tenía la atmósfera pulcra de cualquier ciudad suiza y las telas, lienzos, hojas escritas por una mujer que hacía el esfuerzo de mostrarle su alma al mundo adverso de un compañero buscador de aventuras que escapaba del acoso de una mujer y que tenía la belleza en las entrañas.
1976. Tuve la oportunidad de estar con Gilbert Favre en Ginebra Suiza, en 1983 con Isabel Parra y cantar en el concierto latinoamericano en el Lago Tiscapa de Nicaragua, en 1986 compartir un concierto en Zurich con Ángel Parra confirmando que los chilenos tienen en Violeta Parra, una bandera de dignidad y cultura.
Convocado por Oscar Marín, ser humano que tiene un cordón umbilical que termina bifurcado en Chile y Bolivia, el pasado año 2012 y por tercera vez, estuve en Sydney Australia allá trabajamos esta canción que hoy y en homenaje a Violeta Parra ofrecemos a quienes creen que la música es el instrumento para hermanar a los seres humanos de este planeta.
TESTIMONIO
DE ERNESTO CAVOUR
La gran compositora y artista chilena trepó en dos oportunidades a La Paz en 1966. En ambas ocasiones fue en busca de su amor, Gilbert Favre. La última vez se trajo de regalo un charango y también un revólver con el que acaso se quitaría la vida algunos meses después. Tal la dimensión de la revelación de Ernesto Cavour, uno de los charanguistas más grandes de Bolivia, quien fue amigo de Violeta Parra
— Me dijeron que Violeta Parra se quedó a vivir en La Paz un mes…
Ernesto Cavour: Sí, se quedó un mes la primera vez, luego volvía constantemente. Iba y venía a Bolivia, incluso a nosotros nos llevaba a Santiago de Chile. La primera vez se los llevó a Los Choclos, unos músicos lustrabotas que tuvieron mucho éxito allá. Después se llevó a Los Jairas y Alfredo Domínguez a finales de 1966. En esa oportunidad, Violeta Parra nos dice a mí y a Julio Godoy, un guitarrista inteligente y vivo, que nos quedáramos en Chile. Y nosotros no queríamos porque en nuestra Bolivia había mucho trabajo. (…) Y Violeta viene a La Paz nuevamente y cuando cantaba lo hacía al estilo de la compositora chuquisaqueña Matilde Cazasola. Un estilo que no llamaba mucho la atención y que no era muy comercial. La señora iba y venía a La Paz y nosotros fuimos tres veces a Santiago.
— ¿Cómo conoció a Violeta Parra la primera vez?
E.C.: Ella llegó por primera vez a la Peña Naira. Vino a buscar al Gringo Favre que era su amor, su vida y quería llevárselo a su tierra. Pero el gringo no quería volver a Santiago, debido a que se había enamorado de la música de aquí. Estaba muy “acercado” a la música boliviana y no logró llevárselo. Y Violeta se queda en La Paz y logra hacer una exposición de pinturas en la Peña Naira. (…) Nosotros teníamos mucha afinidad con Violeta Parra y nos veía cómo tocábamos y cómo era Bolivia. Y también ella empieza a componer: Run run se fue pal norte / no sé cuando vendrá./ Vendrá para el cumpleaños / de nuestra soledad… (tararea Cavour). Y canta: Ya me voy me voy para Bolivia. Sonaron, sonaron los cascabeles. Después Violeta Parra compone Gracias a la Vida y temas más fuertes. Ella era folklorista y tocaba cuecas como la chaquera y la cueca chilena. Era estudiosa de estos ritmos. Posteriormente hizo una música neofolklórica que era lo contrario de Gracias a la Vida. Y en su despedida de La Paz, yo le regalé uno de mis charangos, porque tenía dos. Y Violeta se va a Chile, con ese charanguito, graba un disco y verdaderamente su voz queda muy diferente a lo que ella tocaba.
¿En qué año regaló ese charango a Violeta Parra?
E.C.: Ha debido ser en 1967, más o menos. Fue el primer charango profesional, artístico y de quirquincho que se va a Santiago de Chile.
— ¿Quién construyó ese charango?
E.C.: Lo construyó el maestro chuquisaqueño Isaac Rivas Romero, quien ya ha fallecido y sólo sus hijos siguen su labor. Yo le di ese charango a Violeta Parra en nombre del conjunto Los Jairas. Hay que tener en cuenta que el charango ya había viajado a esas tierras con los emigrantes potosinos y comerciantes orureños, pero estos eran charangos campesinos. Los comerciantes minoristas de La Paz que viajaban a Arica ya llevaban charangos de afición. Pero el que regalé a Violeta Parra ha sido el primer charango comercial y artístico. Incluso Violeta incentivó al grupo Inti Illimani. Un grupo que nació en la Embajada de Bolivia en Chile, un 6 de Agosto. Este grupo fue a tocar a nuestra embajada y aún no tenía nombre. Y Eulogio Dávalos, un guitarrista virtuoso desde los 12 años de edad, fue a radicar a Santiago de Chile. Y les dijo a los jóvenes músicos chilenos que se llamasen Inti Illimani y así se llamaron. De ahí vino después Illapu que estaba dedicado a otro cerro, el Illampu. En realidad este grupo se llamaba Illampu, pero como se equivocaron en la prensa se llamó Illapu. Además, le quiero contar algo. Antes del golpe de Estado de Banzer, en la época cuando algunos presos logran escapar de la cárcel de San Pedro y también uno que estaba implicado en el gran robo de Calamarca, un individuo, cuyo nombre guardo en reserva, es el que vende el revólver a Violeta Parra. Y yo le digo a Violeta: ”¿Para qué quieres un revólver?” “Para matar perros”, me dijo. Ella tenía en Santiago una peña llamada La Reina. Este nombre tenía doble sentido, porque era Carpa de La Reina que era ella misma y porque la zona se llamaba la Reina. Y nosotros actuábamos también en la Peña El Carmen de los Parra.
— ¿Este revólver fue vendido por un boliviano?
E.C.: Sí; fue por quien volvió a la cárcel nuevamente después de fugarse de ella. La señora Violeta se llevó el revólver y supimos después que se había matado. Tal vez fue con ese revolver, no sé. Yo pienso que se mató por soledad. Ella vivía sola y estaba desolada completamente y su amor la había abandonado. No podemos decir que fue por el Gringo Favre. Fue por otros motivos. Violeta Parra tenía un carácter especial, fuerte, muy duro y exigente. Era una señora geniecillo. Cuando íbamos a actuar a Viña del Mar o a Valparaíso, yo realmente me encontraba frente a una diosa de la canción. Era maravillosa y era una potencia musical, porque tenía conversaciones con Atahualpa Yupanqui y con Horacio Guaraní.
— ¿Usted le enseñó a tocar charango a Violeta Parra?
E.C.: No. Ella aprendió por sí sola, porque tocaba todo mirando. Cuando uno es músico, con experiencia en años, agarra un instrumento, y lo toca rápido y aún mejor si uno lo ve. Si está bien afinadito el instrumento que llega a las manos, uno le pesca mirando. Eso ha ocurrido con ella, porque yo bien tocaba el charango y ella nos chequeaba o miraba. Violeta era una forma de autodidacta. Ella aprendía a tocar instrumentos sólo mirando. Se puede decir que ella puso un nuevo estilo a la música en charango, más llano, más sublime y más suave. De esa manera conocimos a Violeta.
— ¿Cómo fue el primer encuentro con Violeta?
E. C.: Yo ya la conocía por referencias discográficas. La conocía como una recopiladora de cuecas y tonadas chilenas. Justamente ella y Margot Loyola eran los principales contrincantes en la recopilación de cuecas y tonadas chilenas. Después de la grabación de los discos, Violeta empezó a tomar otro estilo. Su música se fue convirtiendo más propia y personal. No sólo su canto, sino sus composiciones para arpa, guitarra y quena inclusive. También trabajé con su hermano Lautaro Parra, porque él vino a Bolivia. Con él viajamos por toda Bolivia. El era un payador, porque cantaba e improvisaba lindo. Luego vino aquí un compañero de ella, Alberto Zapicán, quien tocaba el bombo junto a ella y nos visitó por aquí. Pero como Favre, la dejaron sola. Algunas composiciones de Violeta Parra fueron inspiradas en Bolivia. Hay una dedicada al Gringo que decía: Ya me voy, ya me voy para Bolivia… Porque ella vino a nuestro país creo que dos veces. Aquí creó su canción Gracias a la Vida entre otros temas más. Y el charanguito que le regalé está en el disco que ella grabó en Santiago. Gracias a la vida era como la Misa Criolla de Ariel Ramírez. Ambas composiciones daban relevancia al canto latinoamericano, después de la muerte de Violeta Parra. (El Sol de Pando)