“¡Y él también es hijo de tupiceño!”… la presentación arranca aplausos de un público que ya estaba bastante embalado luego de horas de rock del más duro.
Boris Méndez es el vocalista de Armadura, la banda paceña que cerró el Enerpol Fest Rock, un festival que se realizó el 8 y 9 de enero en el salón de la sede social de los maestros rurales de Tupiza. Delgado y con cabello largo, como todo buen rockero, no se diferencia mucho de sus demás compañeros de banda así que es bueno que los presente.
Franz Thamez es el guitarrista y es hijo de tupiceño. Boris lo hizo notar al comenzar su presentación, pero no por quedar bien sino por su convencimiento de que la capital de los Chichas es, en efecto, una de las ciudades más activas en cuanto a cultura. “(El festival) me ha parecido muy bien organizado. No siempre es fácil cumplir con los requerimientos técnicos para este tipo de música y el sonido estuvo muy bien”, dice.
Un total de 16 bandas fueron convocadas para la cuarta versión del festival que organiza Enerpol, agrupación tupiceña de rock que está convencida de que su tierra es muy rica y variada en su cultura. Allí se practica incluso un subgénero poco cultivado como el death metal, que estuvo representado por la banda local Amonko.
Enerpol es una muestra de que la práctica del rock ha ido más allá de la simple interpretación. La banda tiene un estudio que sirve de base de operaciones para ensayos, grabaciones y promoción de los músicos tupiceños. Su Fest Rock debutó en diciembre de 2012 con bandas como Crazy Collector, Caín, The Good Side of Pride, Majos y Desorvital Eyes. Tras un breve receso, el festival volvió el 2014 y se realiza continuamente desde entonces. En la versión de este año hasta aparecieron niños que, guitarras de juguete en mano, imitaban a los artistas que tenían enfrente.
Pero no solo hubo rock en la sede de los maestros rurales sino también en el escenario de las carpas de Villa Remedios, donde el ritmo de Epitaph, de Sucre, alternó con el de Sur hip hop que le cantó a su natal Tupiza, a la chicha, a los tamales y los cerros colorados.
Ambos eventos coincidieron con la fiesta de Reyes, que abre el calendario cultural boliviano y este año arrancó el 2 de enero para terminar el 8, a tiempo para acompañar el paso de los vehículos del rally Dakar 2016.
El cierre fue con picante de cabrito, patasqa uchu (ají de patas) y la presencia insoslayable del maestro Willy Alfaro, que no solo deleitó con su música sino también con su picardía chicheña. La ciruela pasa en la huminta fue la presencia de Savia Andina, que cerró el programa musical.
Gloria pasada
La presencia tupiceña en la cultura boliviana no es casualidad. Desde siempre, la capital de los Chichas descolló en las artes y trazó la ruta que otros seguirían después.
Tupiza fue la capital del teatro con el taller Nuevos Horizontes que forjó Liber Forti y fue la base para el surgimiento de figuras como Gastón Suárez y Óscar Vargas del Carpio, que también se dedicaron a la narrativa y la poesía.
La música estuvo siempre bien representada ya que Tupiza fue la cuna del mejor guitarrista boliviano del siglo XX, Alfredo Domínguez Romero, quien también cultivó la poesía y la pintura.
En los tiempos de Nuevos Horizontes y Alfredo Domínguez, la cultura tupiceña rompió la frontera de sus cerros colorados y no solo se hizo nacional sino que alcanzó a Europa. Quizás el fallecimiento del padre de Juan Cutipa fue tan doloroso que frenó la rauda carrera de la cultura chicheña.
Los tupiceños están conscientes de su herencia cultural y lo manifiestan públicamente. “De aquí han salido grandes mentes creativas, como don Alfredo Domínguez Romero, don Willy Alfaro, Humberto Leytón, entre otros —dicen los rockeros de Enerpol—.
Sin embargo, la producción creativa en Tupiza va más allá de la música folklórica pues se extiende al deporte, al teatro, y a las más variadas expresiones y subculturas”.
Gloria presente
Esas variadas expresiones fueron apreciadas en la fiesta de Reyes, que ya se ha convertido en una cita anual obligada.
Pero los chicheños no solo se regodean con su cultura sino que abren escenario a otras con un festival internacional de música que este año llegó a su tercera versión con un éxito que ya lo publicita por sí solo.
El festival es organizado entre la Alcaldía de Tupiza y la Fundación Cultural Kjarkas, que decidió apostar por esta ciudad intermedia tanto por su riqueza cultural como por sus antecedentes.
Arrancó en 2014 y dio de qué hablar en muy poco tiempo. El año pasado rindió homenaje a Willy Alfaro y presentó a Yalo Cuéllar, Ch’ila Jatun, PK 2, Awatiñas y los Kjarkas. Los artistas internacionales fueron William Luna (Perú), Los Huayra (Argentina), Pueblo Nuevo (Ecuador) y los Bybys (México).
Este año, el festival tuvo un programa de lujo, digno de las mejores capitales del mundo, porque arrancó con los Kjarkas, Esther Marisol, Pelo D’Ambrosio (Perú) y el Chaqueño Palavecino.
El maestro de ceremonias fue nada menos que el actor y cantante Milton Cortez, quien se dio el gusto de estrenar dos cuecas cuando le tocó utilizar el micrófono para hacer música. En la segunda jornada, Los Cuatro de Córdoba alternaron con Kalamarka y el tropical grupo Ráfaga (Argentina) que también estuvo de estreno.
Con semejantes luminarias, el festival de Tupiza hizo suficientes méritos para inscribirse en la agenda internacional del año siguiente y los venideros.
Y tal parece que su secreto es la mente abierta, que es la que permite una variada muestra cultural, la misma que permitió la mezcla entre grupos folklóricos y bandas de rock. ¿Será mezclar el agua con el aceite? Los resultados de Tupiza dicen que no y la que parece graficar el éxito de la amalgama es Armadura, de La Paz.
En medio de los giros de las cabelleras de sus integrantes, el bajo, el teclado, la guitarra y el batería, surge un ritmo archiconocido por los oídos bolivianos:
“Qué caminos nos trajeron
para amarnos y casarnos juntos…
Sí. Es Kalamarka, con la misma canción que arrancó gritos en el festival de Tupiza pero el ritmo parece diferente.
“Aguas claras serán los niños.
Yo seré padre dichoso…
Parece diferente porque, en lugar de zampoñas y charangos, están esa guitarra eléctrica, ese teclado y ese bajo.
“Aguas claras serán los niños,
tú serás madre dichosa…
Es tinku, sí, pero tinku ejecutado por Armadura, una banda de rock…
“El amor que te ofrezco
es Illimani que nos protege…
Y chilla esa guitarra y vibra esa batería porque el tinku, el ritmo poderoso de la tierra, se ha adueñado de la banda de rock que se rinde a su fuerza…
“En el cielo, las estrellas y la tierra
estarán nuestros niños…
Y giran las cabelleras en rápidas espirales que a veces resulta difícil seguir con la mirada porque Tupiza ha recuperado su energía y vuelve a lanzarse al mundo…
“Aguas claras serán los niños.
Yo seré padre dichoso…
Y tal parece que su secreto es la mente abierta, que es la que permite una variada muestra cultural, la misma que permitió la mezcla entre grupos folklóricos y bandas de rock. ¿Será mezclar el agua con el aceite? Los resultados de Tupiza dicen que no…