Entrevistar a Jaime Torres es un verdadero honor por lo que significa para la música popular, el charango y el folclore latinoamericano, y hablar con él,
es entender que la música es una parte de todo y una expresión de cómo se vive y se siente la vida.
Llegamos a su sencilla morada, como tantas otras, pero con los elementos necesarios para tener una vida tranquila en el emblemático barrio de San Telmo, uno de los primeros barrios de la ciudad de Buenos Aires y que en algunas de sus calles todavía conserva ese aire colonial. Nos recibe Soledad, una de las hijas de Jaime, nos comenta que hace varios años visitaron Tarija pero que no pudieron pasear mucho porque les tocaron días de lluvia y se la pasaron encerrados en el hotel.
Una casa de familia, con perros que saltan y ladran, dos niños que corretean por la casa, una amplia cocina comedor y dos tazas de café, son algunos de los elementos que decoran el escenario para nuestro encuentro. De pronto aparece Jaime Torres, con una mirada que evidencia el paso de los años, pero firme y noble. Nos saluda con respeto y un toque de familiaridad, intenta imitar un acento tarijeño para romper el hielo y comenzar con más cercanía y confianza la conversación.
EL PAÍS EN (EP). ¿Quién es Jaime Torres y cómo nace su pasión por el Charango?
JAIME TORRES (JT). Soy un charanguista vanidoso (sonríe) y me autotitulé como El del charango. Mis padres llegaron de Bolivia en 1937, cuando era escasa la migración boliviana a Argentina. Yo nací el 21 de septiembre de 1938 en San Miguel de Tucumán y a los pocos meses, llegamos con mis padres a la ciudad de Buenos Aires.
Mi padre tenía una gran ilusión al llegar a esta ciudad por lo que escuchaba en la radio, era la época en la que no se soñaba con ir a Estados Unidos, se soñaba con ciudades europeas como Madrid, París o Londres, y Buenos Aires tenía un corte más europeo, por su arquitectura y cultura.
Todo lo que llegó de afuera: la cultura, la ciencia, la civilización, se tomó como el progreso, y eso es una gran mentira, cuando yo era niño se tocaba el charango, pero no era tan conocido y el instrumento fue para mí el tener una idea más próxima, más certera, del origen, desde el punto de vista de lo social.
Yo era niño y me tocó estar en la escuela, y alguna vez le pregunté a la maestra sobre el 12 de octubre a la maestra y me dijo: ‘para que no se equivoque, el 12 de octubre es el día que llegó la civilización’. Cosa que hoy me produce una rebeldía, mucho más grande frente a la enseñanza que seguimos recibiendo y por mirar los pajaritos hacia afuera dejamos de vernos a nosotros mismos.
Yo llegué a Bolivia el año 1948, cuando tenía 9 años, y viví ahí hasta mis 15 años, cuando eran épocas de revolución y de golpes de Estado, y una inestabilidad impulsada por intereses de poder y recursos naturales como el petróleo, que años antes desencadenaron la Guerra del Chaco, y es algo que se sigue viendo hoy con bombardeos a países que posen grandes recursos naturales.
Con toda esta experiencia y la realidad que se vive en América del Sur, pienso que en la actualidad se dio un paso importante, de una conciencia, de lo y por lo nacional, porque en los últimos 40 años hubo un avasallamiento e imposición de las cosas desde Estados Unidos.
Yo no me quiero sentir un estúpido y creer que el bienestar esta en tener plata y nada más, hay que pelear por nuestras culturas y tradiciones. Y espero que el arte reafirme esta conciencia de lo nacional y lo popular, y son formas de encarar la vida. No estoy en contra de la cultura de ningún país, pero sí ante las sociedades de consumo que se conforman para intereses de pocos.
A mí, algo que me lastimaba al llegar a Bolivia era sentir una ausencia, y el charango era un instrumento relacionado con el campesinado, igual que al campesino se lo marginaba, y se necesita un poco más de piedad de caridad en este aspecto, con nosotros mismos. Hoy hay una postura maravillosa que es la del papa Francisco que permanentemente está en este reclamo de igualdad. Pienso que toda la realidad social tiene que ver con el instrumento, y hoy se tiene un espacio importante en lo artístico y musical en teatros y otros espacios, o en Europa donde el instrumento es muy valorado.
Tuve la suerte de conocer en Bolivia a mucha gente, en los primeros años cuando los aprendizajes eran auditivos y visuales, y le debo mucho a la paciencia del maestro, de Don Mauro Núñez, pero la formación de un todo se dio, desde la formación de pensamiento y forma de vida y yo las tome así.
EP. ¿Cómo fue el apoyo de su familia en todos estos años?
JT. La familia es el sostén de todo este mundo mágico que es la música, que son los viajes, los aplausos, el conocer gente, conocer a artistas y poeta que son personas muy lindas para hablar y que tienen el arte en la piel, además de luchar para ser escuchados.
Mi padre se incorporó en esta sociedad cuando era muy distinto venir de allá, a diferencia de lo que sucede hoy, que existe una gran colectividad boliviana que trabajó duro para salir adelante, hoy ves a alguna cholita caminando por la calle, o paisanas vendiendo sus productos.
A mí el charango me ayudó mucho desde el punto de vista social, mi madre era un chola, y se tuvo que quitar la pollera al tener que vivir aquí en la Argentina. Esto me hace pensar lo duro que habrá sido tener que dejar de ser uno mismo para responder a una costumbre que uno no practicaba.
Los únicos que me asistían para que yo pueda estudiar el charango eran mis padres, el resto de los familiares a ninguno. Ellos pensaban que había que tener un título, y yo tomé el camino que mi padre me alentó. No era un instrumento popular, pero trataba de buscar desde lo emocional y lo que le manifestaba la música, y siempre plasmé esto en los escenarios.
Hoy tengo 7 hijos, 13 nietos y 7 bisnietos, y siento que pude realizar muchas cosas a través de esta forma de vida muy simple, y a esta edad, esto me pone muy contento.
EP. ¿Cómo fue su vivencia con el instrumento en todos sus años de trayectoria?
JT. Yo he tenido momentos muy hermosos, a lo largo de todos estos años, llevo transitando escenarios de hace 70 años, porque toco el instrumento desde que tenía 6 años, y la experiencia fue realmente muy buena y agradezco a mis padres que hicieron que mi habilidad que tenía con el instrumento se nutriera de otros valores, y tiene que ver muchísimo la formación conceptual sobre qué significa la música y para qué está hecha.
Del lugar de donde venia yo trate de hacer las cosas lo mejor que pude con la guía de mi padre Eduardo, que era chuquisaqueño y tenía un espíritu de mucho trabajo. Así empecé con el instrumento.
Tuve la suerte de conocer en Bolivia a mucha gente, en los primeros años cuando los aprendizajes eran auditivos y visuales, y le debo mucho a la paciencia del maestro, Don Mauro Núñez, pero la formación de un todo se dio, desde la formación de pensamiento y forma de vida.
EP. ¿Se puede afirmar que ahora el charango es un instrumento conocido en el mundo?
JT. Antes no existía gente que se dedicará al estudio y a la difusión, siempre fue muy complejo y muy difícil, y en otras épocas era todo muy distinto.
Puedo asegurar que en muchas ciudades de lugares remotos del mundo, se encuentra el charango en las casas musicales, y en las plazas y paseos en Europa y Asia. El instrumento hoy es realmente conocido.
EP. ¿Cómo fue la experiencia y creación en la década del 60, de la hoy popular misa criolla, obra que está centrada en el sonido del charango y de la cual usted es uno de sus creadores?
JT. Estamos despiertos y ávidos al acontecer de la vida y nos damos cuenta de que el arte fue ganando espacios que son fundamentales e importantes para el crecimiento y el pensamiento. La obra de la misa criolla es una muestra de quienes pensamos en aquel momento que la obra podía ser y tener estos elementos que tiene.
En aquel momento en el año 1964, quienes estábamos allí tomábamos muy ciertamente las palabras de criollo, en el sentido de que la muestra debería ser lo más aproximado a esto, y el charango tuvo un papel muy importante y preponderante, porque está en una tonalidad de la menor y prevalece esa tonalidad en toda la obra. Era indispensable que estuviese ahí, por características de cosas desconocidas en ese momento, y no es porque no había charanguitas, seguramente había muchos instrumentistas sobre todo en el campesinado que es donde yo voy a aprender y tomar el alma de todo esto.
EP. ¿Cuál es la actualidad de Jaime Torres, y qué proyectos tiene a futuro?
JT. En lo artístico trabajo, ensayo y busco para poder realizar los trabajos últimos y recientes que estoy realizando con la incorporación de nuevos sonidos, y para muchos deformaciones de una forma (sonríe), con el fin de hermanar nuestros instrumentos junto a músicos de diferentes lugares del mundo. Por ejemplo, hace más de un año me encontraba en Argel, capital de Argelia, con un grupo de chicos que cantaban en árabe, yo tocaba el charango y está es la maravilla del arte y las cosas hermosas son hermosas siempre.
Mi actualidad desde hace varios años es esta, ahora también son las horas de saborear los homenajes y reconocimientos de todo tipo, que siempre se traducen en premios que no dejan de ser caricias al alma por la actividad que uno realiza, y de saber que se ha valorado un instrumento como el charango a través del cual se valoró todo esto.
EP. Hablando un poco de Bolivia, ¿cómo ve la actualidad musical del país?
JT. No es una cuestión de edad, pero hay grupos que fueron y son muy interesantes allá en Bolivia, y que trabajan muy conscientemente. Autores como Luis Rico, con una posición social tomada, Los Masis de Sucre, que tratan de estar próximos al hecho cultural de la anterioridad nuestra y saben por qué lo hacen.
Y hay otros grupos de otro carácter más festivo, que no está mal, pero el punto es que tenga un nivel, porque cuando asistís a un concierto y la música te gusta, vos vas acompañando con los pies sin querer y eso es maravilloso que ocurra, porque la persona que está arriba seguramente estará transmitiendo la manifestación al otro que escucha.
En el folclore latinoamericano creo que hay caminos que están trazados y se trabaja en una desigualdad, frente a otra música que no es mala pero que responde a una sociedad de consumo, y es la que predomina hoy en día. Aún así, creo que la música es uno de los caminos que ayudan a extender los brazos, muchas veces puede haber un contenido político, pero está la insistencia de ser uno mismo y no querer parecerse al otro, y deseo lo mejor para las generaciones que vienen.
EP.¿Nos puede comentar cómo fue su amistad con Nilo Soruco?
JT. ¡Ah! ¡Don Nilo! (Sonríe). Era un travieso, un bandido era el viejo, el día que yo llego a Tarija hace más de 10 años, yo estaba con un primo mío que vive allá, y me dice aquel es Nilo, entonces mi primo se acerca y entabla conversación sin conocerlo, y le dice que está con un familiar que es músico y que viene de Argentina y que era Jaime Torres. Entonces se da vuelta y me mira de arriba abajo y le dice a mi primo: ‘no. Este no es Jaime Torres, está muy gordo’ (carcajadas).
A partir de ahí entablamos una relación muy linda, coincidimos en muchas cosas y también en nuestro pensamiento político que coincidían mucho con su forma de vivir, y lo que hacía en esos años a través de sus canciones y que tienen un fuerte contenido y muchas cosas reales ciertas.
Para mí fue una suerte haber podido estar esas dos semanas porque además de su amistad me llevó a comer las cosas del pueblo, misquinchitos en la mañana, fuimos al mercado… la sencillez de la gente que te atiende con esmero, y no lo digo como si fuera una frase armada sino que esos son nuestros sabores. Los pueblos son grandes, fuertes y dignos cuando conocen esto, hay que defenderlo y valóralo.
Y por eso sigo siendo hombre de provincia a pesar de conocer varias capitales del mundo y los mejores lugares de mi vida donde pude vivir fueron entre los 9 y 15 años en mi niñez y adolescencia cuando viví en Bolivia. Los recuerdos de esa época no los puedo olvidar jamás y los llevó dentro del alma.