domingo, 20 de septiembre de 2015

LA MAGIA DE LOS SONIDOS CHARANGOS AIQUILEÑOS

No hay sonido que retrate mejor a Cochabamba que el sonido bullanguero y alegre del charango.

Su carácter viajero, de buen diente, gustoso de una chicha buena y

travieso, así como el “qhochala”

mismo, lo ha convertido en uno de los referentes más profundos del sonido de la identidad cochabambina en el tiempo.

Sin embargo, mientras el sonido del charango se fortalece en estos tiempos de efervescencia cultural, la otra mitad de las historias particulares de estos objetos, encarnadas en las manos y la pasión de los maestros que les dan vida, todavía permanecen en la oscura profundidad de los talleres donde cobran vida.

EL ROL DEL LUTIER

El lutier, el constructor de instrumentos, o el luriri, como equivalente en lengua aymara, está presente en nuestra sociedad desde tiempos

remotos, y por supuesto que su

importancia está por demás subvalorada porque sin ellos simplemente el sonido que nos inspira el corazón para gritarle al mundo lo bolivianos que somos, no existiría.

A menudo valoramos el producto de su trabajo artesanal y creativo, pero no siempre nos ponemos a pensar en quienes están detrás de estos maravillosos objetos, así como las historias vivientes que representan como personas, o la memoria colectiva de la que “sin querer queriendo” ya forman parte.

Su presencia, casi fantasmagórica en nuestra sociedad, es como la de una fotografía en blanco y negro que transmite muchas emociones efímeras, y que al encontrarse fuera del

registro de color, como vemos y

vivimos día a día, está asociada más con una lejana colección de recuerdos que no volverán y en donde

también las vidas de los maestros transcurren lejos del valor que públicamente debería serles reconocido.

Y es que la presencia del constructor no es comparable siquiera con la del intérprete, que junto al charango son la luz misma de la expresión musical de Bolivia, haciendo que los talleres se conviertan en profundos umbrales de este proceso productivo que pueden entenderse como la oscura sombra de esas fotografías, por lo que también sean espacios desconocidos para la gente.

Detentores de una gran calidad

humana, así como insuperables maestros de la técnica y el conocimiento para trabajar la madera,

el sonido y el espíritu de sus obras, los maestros constructores de charango de Aiquile cada vez son menos, pero no por eso dejan de ser machos, como dice Don Víctor Pérez, múltiple ganador del Concurso Nacional de Constructores de Charango en Aiquile y leyenda viviente en el mundo de este arte.

Con toda una vida entregada al trabajo silencioso del constructor, que iniciada en todos los casos vistos, desde la infancia misma, el proceso de aprendizaje es eminentemente práctico y el perfeccionamiento de la técnica es producto de una visión autocrítica que se afina con los años.

Para madurar, el maestro debe manejar variables de diseño, creatividad, matemática y mucha destreza con las manos, “trabajando y trabajando”, sostienen todos ellos coincidentemente y sentados diariamente a la luz del día, en medio de cucharones llauk´eados para desbastar y hacer nacer sus charangos en jornadas eternas de sonido e imaginación, cumplen con esta máxima de trabajo tesonero y sacrificado.

PERSONAS DESTACADAS

Finalmente, no podríamos terminar este pequeño avance documental sin mencionar a Don Luis Soto y Moisés Figueroa que forman parte de una élite de héroes anónimos a quienes tenemos la suerte de hacer visibles,

por lo que también les agradecemos la oportunidad de compartir con

nosotros sus más intensas y entrañables historias de vida.

Dios y Cochabamba los recompensen

siempre, aunque sea con el recuerdo y el pulsado de sus hijos viajeros que los cochabambinos poseemos sin

saber, esos cómplices de días y días de trabajo, que de sueños a sonidos tuvieron algo para cantar a ronca voz, así como los ch´ajwankus bandidos que son. Por personas que le entregan la vida a la música y la cultura de este pueblo, ¡Viva Cochabamba mayllapipis!

CARACTERÍSTICAS DEL CHARANGO

El charango terminado consta de las siguientes partes: caja de resonancia, mástil o brazo, diapasón, clavijero, ceja o cejuela y puente.

Antiguamente las cuerdas eran de tripa de animales; hoy en día son de metal o nylon. Tiene cinco filas de doble encordadura.

El largo de un charango normal es 63 cm. La caja tiene 24 cm y el ancho es de 16- 17 cm.

Los constructores aiquileños están mejorando cada vez sus instrumentos, que tienen un fino acabado y que son una muestra de la destreza que tienen estos artesanos.

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