jueves, 10 de marzo de 2016

Mario D. Ríos Gastelú recuerda al compositor Homenaje a Gilberto Rojas

Pretender examinar todas los ciclos de la producción musical de Gilberto Rojas, al recordar el centenario de su nacimiento, sería ahondar en las características de concepciones importantes para cada una de sus composiciones, pues el maestro de la música popular aspiró el aroma de cada rincón de Bolivia, para llevar al pentagrama el mensaje de tierra arisca, paisaje florido, manantial de ensueños y pureza de cielo abierto.

En Oruro, su tierra natal, se escuchó por primera vez la melodía de su llanto infantil, aquel 10 de marzo 1916. Niñez y juventud manifestaron su sensibilidad hacia lo bellamente llamativo: Gemidos de viento acompasado; lluvia que estremece en su vertical caída y acaricia los charcos donde croan las ranas; arboledas de ensueño agitadas al ritmo de trinos y escenarios primitivos donde duerme el temible caimán.

¡Oh naturaleza inspiradora! Iluminación armónica arrancada de la belleza altiplánica, donde el frío se entibia ante el candor de la mujer morena que transita las calles por donde anduvieron los chipayas. Evolucionada visión para penetrar en lo moderno de una existencia cultivada por el maestro Rojas Enríquez : Canción, baile y mensaje que nos canta al oído al compás de taquirari, cueca, huayño, polca, carnaval, vals y otros ritmos. Allí está la sal de la vida y el sentimiento hecho mensaje musical, en un cercamiento a los pueblos ligados por un solo latido. Todo ello acumuló el compositor entregado a difundir el sentimiento boliviano.

El caudal artístico que caracterizó su vida se dio a conocer a los tres años de edad, según afirma uno de sus biógrafos. Si la niñez precoz inclinada a la música de su tierra estimulaba su conducta, nada sorpresiva resultaba su afición por el punteo de un charango, instrumento nativo de Bolivia, y al que llegó a dominar en el tiempo hasta ubicarse en la cima de los grandes ejecutantes.

Era evidente que los genes transmitidos por sus padres –Juan Rojas e Irene Enriques– tenían que manifestarse a temprana edad. Lo que no se presentía en los primeros años de su trayectoria era su visión nacionalista, puesto que, radicado en la ciudad de La Paz, el bello barrio de Sopocachi no borraba las imágenes que tenía de su Oruro natal, razón para llevar a las partituras la esencia misma de lo más destacado del sentir colectivo de un pueblo aferrado a sus tradiciones carnavalescas: “Quiero amarte china supay / Quiero ser tu amor / No me importa del infierno / Si a tu lado estoy”. Sentido homenaje a una de las figuras del carnaval.

Y allí no quedaba la inspiración del adolescente, quizá porque las brisas del altiplano llevaban de un rincón a otro, melodías que encumbraron el Vals Potosí, con sabor a copagira. Las notas del piano de Rojas en su compases 2/3 aceleraban su ritmo para decirle a La Paz: “Bella tierra de la brisa matinal / O ciudad del Illimani majestuoso / Constituyes el orgullo nacional”.

El joven Gilberto crecía en estatura, edad y talento. Sus composiciones enriquecían nuestro folclore; creaciones arrancadas de las costumbres de pueblitos románticos y ciudades bulliciosas, que en el andar de los días serían interpretadas por calificados cantantes y grupos instrumentales: Tiqui - Miniqui, Chica Perica, Negrita, El quirquincho, Kochalita, Prenda Querida, Maraca Mateo, Jenecherú y decenas más. Etapas de una vida transitada por altiplano, valle y trópico. La semana próxima, esta columna recordará su paso por la bella región tropical.

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