Por todo lo que escuché quedé impactado. Frente a mí estaba Elmer Hermosa, vocalista del famoso grupo Los Kjarkas. Lo entrevisté en la población de Sakany, municipio de Sacaca, provincia Charcas del departamento de Potosí.
Ese día era la fiesta de la población de Sakany. Aquel día se iba a promulgar una ley por el presidente Evo Morales, que declararía a la Pinquillada como Patrimonio Natural e Intangible. El sonido de los pinquillos inundó el ambiente cual si fuera el canto de hadas a mi alrededor. Todo parecía un sueño.
Elmer Hermosa estaba frente a mí, con un sombrerito pequeño y bonachón color café claro, sus botas entraban en su pantalón beige pegado a su pantorrilla.
Mientras él, con verdadero orgullo y señalando con su mano, dijo: “he venido a encontrarme con mis ancestros, con mi pueblo, con mi gente, yo creo que esto es lo más puro, lo más sincero de nuestro país. Hoy, encontrarme con mi gente, ver esta maravilla de música, creo que hace que todos los bolivianos deberíamos estar en este lugar y conocer lo que es lo nuestro”, dijo y tomó un poco de aliento.
Volvió a replicar: “hoy me siento privilegiado y muy orgulloso de estar en Sakany con toda esta gente linda, que de fondo está tocando esas hermosas pinquilladas que sinceramente te hacen volver a la tierra”.
Tomó aire y manifestó: “mi sobrino es potosino, norte potosino, mi padre y mi madre son de Acasio. Por trabajo, nos hicieron nacer en Capinota, pero ahí todo esta cerquita”, subrayó.
Luego de de hablar de otros temas en la localidad, dijo: “saludos a tu gente, saludos a Potosí”, y terminó la entrevista. Estreché su mano y se despidió, lo vi alejarse y perderse entre la multitud de cientos de pinquillos en ese pueblo pequeño.
Quedé absorto y confundido, mis recuerdos empezaron a aflorar y mi mente a llenarse de imágenes del pasado, de los diferentes viajes que hice al municipio de Acacio, provincia General Bernardino Bilbao Rioja, del departamento de Potosí, empecé a ver la plaza de Acacio, con su gran árbol de ceibo en medio de la plaza, que cubre casi toda el área del centro de esa población. Por el gran grosor de su tronco, se puede advertir que tiene varios siglos de vida.
Tiempo atrás, en uno de los tantos viajes, me encontraba filmando, al amanecer, el gigante ceibo. En ese momento conocí a un amable poblador natural de Acacio cuyo nombre era Alfredo Beltrán Santibáñez. Era una persona mayor, de pelo plateado y sus arrugas eran el reflejo del tiempo, así lo advertí.
Por el rumor que antes ya había escuchado, le pregunté si era cierto que los miembros de Los Kjarkas era de Acasio. Él me miró de frente y con gran orgullo y seguridad me respondió:
“Los Kjarkas son de aquí, pues, de Acacio, Gonzalo es de mi edad, juntos hemos estudiado en el kínder, aquí en la escuela. Su padre era profesor de música interino, luego tomó el cargo de sanitario, estando de sanitario se han perdido de la noche a la mañana. Gonzalo, (de) chico se ha ido; Ulises y Elmer ya han nacido en Capinota, Wilson, Castel y Gonzalo nacieron aquí en Acacio”.
Yo le pregunté dónde era su casa. Él dio la vuelta y me señaló con la mano una casa en la esquina de la plaza y murmuró: “aquella, pintada con rayas rojas. Yo todavía tengo fotografías de esa familia tocando para el carnaval, aquí en el pueblo”.
Pregunté si la casa aún es de ellos y me contestó que no. “Don Florencio, que era papá de los Kjarkas, la vendió hace muchos años. Los abuelos paternos de los Kjarkas, que se llamaban don Sergio y doña Eusebia, tenían una casa más arriba del ceibo”, complementó.
Agradecí a don Alfredo Beltrán por el dato. Quedé picado. “Tengo que averiguar más de esta historia”, me dije para mis adentros.
De nuevo llegué a Acacio por cuestiones de trabajo, y luego de concluir mis obligaciones, como impulsado por una fuerza extraña me fui al árbol de ceibo atraído por esta historia que hoy nos ocupa y ahí conocí a don Agapito Zotes Terrazas, otro de los amables vecinos de Acacio.
Volví a hacer la pregunta: “¿es cierto que los Kjarkas son de aquí?”. Don Agapito dijo: “es cierto. El papá de los Kjarkas se llamaba Florencio y era natural de Acacio, su madre se llamaba Elvira Gonzales y era del sector de Arampampa. Se fueron en los años 60, su casa era la de la esquina”, volvió a confirmar.
Por si fuera poco, en una tercera oportunidad, cuando llegué al municipio de Acacio, conocí a don Claudio Fuentes Valencia, en el mismo lugar del ceibo, quien –por tercera vez– me lo confirmó:
“Yo fui condiscípulo de estudios de Gonzalo, en Capinota, en la escuela René Barrientos Ortuño, porque mis papás nos llevaron a vivir a Capinota. Yo conozco su casa en Capinota, el Gonzalo loqueaba con un armonio viejo que tenía. Su padre tocaba, mandolina, guitarra y todo instrumento, su papá trabajaba como doctor en Capinota y mi papá también tocaba varios instrumentos”.
“Gonzalo su armonio tocaba como lata vieja y tenía muy buen oído, decíamos: ‘¡este va aprender a tocar!’. Bien aficionado era, ‘¡este va ser un gran artista!’, decíamos. Posteriormente, por motivos de estudio, yo me fui a Oruro y me enteré por la prensa que ya eran grandes artistas. Por eso los Kjarkas son de Acacio, del norte de Potosí”, afirmó.
El ruido del helicóptero me sacó del marasmo y de mis pensamientos, ya llegaba el presidente. Tenía que empezar a cubrir el acto de la promulgación de la ley, me aboqué a mi trabajo. Hice la cobertura y concluí en Sakany. Luego, mientras el automóvil tragaba la distancia para volver a la ciudad de Potosí, mis ideas solo tenían un pensamiento: “Kjarkas”.
Tenía que contar esta historia, este legado que casi todos los pobladores de Norte de Potosí conocen, pero que para la mayoría de la población esta historia permanece oculta, perdida en nuestra idiosincrasia misma, hoy con gran orgullo.
Como otro camarógrafo más y no como un investigador de alcurnia, me permito hacer conocer esta vivencia que estaba oculta en el diario vivir de nuestra gente del norte potosino. Hoy le cuento a Bolivia, le cuento al mundo que los famosos Kjarkas, orgullo de los bolivianos, tienen raíces potosinas.
Como en la obra Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes Saavedra, decía siglos atrás “vale un Potosí” a todo lo que tenía gran valor, hoy afirmo que “los Kjarkas también valen un Potosí...”.
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