Después de la Guerra del Acre las migraciones de razas que venían desde el Asia, Europa y África fueron creando un mundo nuevo, con colores, sonidos, sabores y olores sólo existentes en esta parte del planeta, donde los pioneros transcurrían aislados en medio del bosque amazónico venciendo la dureza del trabajo para dominar a la fiera floresta, en aras del sueño de una vida mejor. Los siringales de la goma fueron el primer hogar de estas razas del mundo que al confluir en esta tierra forjaron al habitante acreano.
Por otra parte, la poesía que está en los genes de todos los brasileños despertó en los acreanos un gusto inusitado por la oratoria, “falar bonito”, y entre los declamadores de los versos de Manuel Bandeira o los narradores de historias zafadas de “Os Sertôes” del inmortal Euclides da Cunha, se mezclaron predicadores de la palabra de Dios a un punto tal que resulta muy difícil distinguir en el Acre quién es declamador y quién predicador.
Durante la temporada anual de la siringa —que coincide con la llegada de lluvias, la crecida de los ríos navegables y el arribo de barcos a vapor trayendo más migrantes del ultramar— los valses, las polcas y mazurcas invadían los bares de los hoteles, las casas de juego y los burdeles donde los siringueros podían enamorar por una noche con las bellezas selváticas de Manaos y Belém.
El primer registro documentado sobre el origen de la música acreana, en tiempos de la guerra con Bolivia, se remonta a un poema: “La Libertad es el querido tesoro | Que después de la lucha nos seduce | Cual rio que corre, el sol de oro | Lanza un manto sublime de luz”. Son versos escritos en un momento de tregua por el médico de trinchera Francisco Mangabeira, poeta excelso. El poema fue musicalizado por el compositor cearense Mozart Donizete y entonces nació el Himno del Acre.
Fue así que la siringa poblada por hijos de sirios, libaneses, japoneses, portugueses y germanos —además de los africanos libertos y los indígenas cautelosos en su aislamiento—, dio lugar a una música acreana que se nutre constantemente de todo lo nuevo que vino, que viene y que vendrá.
No hay en sí un ritmo estrictamente representativo de la región. Más bien todos los ritmos, brasileños o no, adquieren aquí una identidad propia, se “acreanizan” con las voces del siringal en el Choro, en la Samba, la Bossa, el Rock o el Jazz.
En los años noventa resurgieron los festivales para todos los ritmos y estilos de música “acreanizada” —como parte de la infinita vastedad de la música brasileña en general—, mostrándose una tendencia irreversible a la fusión debido al salto de los instrumentos electrónicos hacia la tecnología digital. “Concierto al Viento”, “Proyecto Boca de la Noche” y el “Festival del Amapá”, son los eventos musicales más esperados del año en Rio Branco.
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