EL DEBER llegó muy temprano al hotel Savoy de Buenos Aires, donde los dos grupos se hospedaban con su gente. En el lobby había no pocos admiradores de diversas edades, esperando a que alguno de los miembros de la familia Hermosa terminara de desayunar.
Varios habían crecido escuchando la música de los Kjarkas y sus hijos ahora admiraban al grupo y a la línea de sangre que llegó con los Ch’ila Jatun.
Tras las presentaciones formales, hechas por Wilson Hermosa, quien representa a los Ch’ila, ese maravilloso grupo humano transformó lo formal en la informalidad de quien comparte sus pasiones con los amigos.
Inmediatamente, Ulises Hermosa Fernández ofició de anfitrión de EL DEBER. La salida del hotel para ir a las pruebas de sonido no se hizo esperar.
Cuando ya el grupo estaba dentro del minibús con todo el colectivo rumbo al estadio del Club Quilmes, ubicado en la localidad homónima, en las afueras de la capital argentina, la conversación giró sobre el denominador común que tienen las culturas latinoamericanas.
Ulises mostró como el reflejo en un espejo lo que todo el grupo busca, tal vez por enseñanza de sus padres: conocer la idiosincrasia de los pueblos para interpretarlos mejor y reflejar en sus temas la realidad que vivimos.
Encuentro con fraternidades
Ya en el estadio, en donde se realizaba el primer megaencuentro de fraternidades en el que se reunirían 30 grupos de morenada, tobas, tinkus y caporales, la emoción explotó entre la gente.
Los hermanos Hermosa de los Kjarkas no estaban, se habían quedado en el hotel descansando para la función de la noche, pero la presencia de los Ch’ila Jatun causó la explosión. Entonces, la realidad mostró lo que en teoría todos piensan. Los chicos tienen la misión de seguir el rumbo que tomaron sus padres: llevar la música boliviana a todas las latitudes, enamorando al mundo.
Y así se muestran. El amor que sienten por su público se combina con la sencillez de sus personalidades. Estaban cansados de realizar decenas de visitas a radios y conceder entrevistas para difundir el show. Hacía siete días que habían arribado a Argentina y 24 horas después ya estaban tocando en La Salada, un barrio caracterizado por su mercado de ropa, en donde la comunidad boliviana tiene una fuerte presencia. Fue el primer baño de calidez que recibieron. De ahí en más, la agenda era muy ajustada.
Faltaban pocas horas para el recital. A pesar de que el retraso perjudicaba un merecido descanso previo a subir al escenario, los chicos mostraron una profesionalidad impresionante.
Cuando la oportunidad daba, hacían pequeñas siestas en donde podían. Y cuando no, tomaban sus instrumentos que tanto aman y tocaban entre ellos. Afuera, tanto de la carpa que oficiaba de camarín como en el escenario, la gente de seguridad contenía principalmente a mujeres, pero también a hombres que querían sacarse fotos con el grupo emblemático joven de la música boliviana. Jonthan Hermosa Andresen era el más buscado junto con Huáscar Hermosa.
Concluidas las pruebas de sonido se volvió al hotel. Solo hubo tiempo para cambiarse y comer una hamburguesa en el local de una cadena de comidas. Entre medio, EL DEBER dialogó con Gonzalo Hermosa, fundador de los Kjarkas.
Del diálogo se desprendió la confirmación: el legado está resuelto. Los Ch’ila Jatun serán la continuidad del esfuerzo por llevar al mundo entero la música boliviana.
Nuevamente a subir al minibús y salir para Quilmes. Los chicos durmieron un poco en el viaje. En la carpa que oficiaba de camarín calentaron sus bocas, gargantas y dedos para dar los mejor de su música. Al lado, en otra carpa, los Kjarkas hacían los mismo.
Llegó la hora de ir a tocar. Subieron al escenario, nerviosos. Arriba, la seguridad no pudo impedir que quienes se acercaban tomaran fotos y se abrazaran con ellos. Mientras pudieron, vieron los otros espectáculos y quedaron maravillados de cómo la comunidad boliviana en la Argentina mantiene y profundiza las raíces de la cultura.
Salieron a tocar y el estadio explotó.
La música maravilló a los oídos y los preparó para que luego se deleitaran con los sonidos de los Kjarkas. Por momentos dejaban de cantar para dar el pase al público, que sin equivocación alguna seguía con las estrofas.
Llegó el final y se despidieron. Le tocaba el turno a los Kjarkas que durante dos horas hicieron escuchar a Quilmes y más lejos su música
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