Como casi todas las viviendas de la capital del Estado, el patio tiene piso de piedra, con paredes blancas y un balcón que rodea el entorno. En un costado está armada una tarima de madera. Desde ahí comienzan a escucharse los sonidos de las zampoñas a ritmo de sicuri. Lo interpretan unos 30 menores de edad, uniformados al estilo del siglo pasado. Los niños visten camisas blancas y pantalones negros. Algunos de ellos llevan pequeños unkus (ponchos) tarabuqueños. Las niñas están engalanadas con polleras rojas o verdes, además de blusas blancas. Todas ellas con las típicas trenzas de esta región del territorio boliviano.
“Janiw walikiti markat armasiña, kullaquita” (No es bueno olvidarse del pueblo, hermanita). Se escuchan las voces de los niños junto con las de los integrantes de Los Masis, quienes se encuentran sobre la tribuna, vestidos con unkus e interpretando guitarras, charangos y bombos.
Sonidos
El piso retumba con los sonidos tristes a la vez que dulces de los instrumentos y las voces, con la música que invita a por lo menos aplaudir. Los aerófonos hipnotizan a la delegación que llegó de varias partes del país, a través del Viceministerio de Turismo, para observar esta presentación artística y los sitios turísticos de la capital de Bolivia. Roberto Sahonero, fundador y director de Los Masis, recuerda que durante la década de los 70 la gente en la capital no gustaba de la música nacional. “(Estas canciones) eran para las comunidades cercanas y para la zona ‘gris’ de Sucre.
Pero con los niños fue otra la reacción”.
Achachilanaka amtasiña (Hay que acordarse de los dioses). “La suerte ha sido que con el grupo salimos al exterior muy chicos, de ahí hemos entendido la música de Bolivia con respecto a la de los países vecinos. En las primeras salidas hemos aprendido a querer mucho nuestro país.
Incluso tuvimos opciones para presentarnos en Broadway (Estados Unidos) pero hemos dicho que no, primero estaba lo que queríamos hacer con el centro cultural”, explica este orureño que radica desde muy joven en la ciudad de Sucre.
En aquellos viajes al exterior, principalmente hacia Europa, obtuvieron los recursos para adquirir instrumentos musicales con el fin de enseñar música a los niños a través del Centro Cultural Masis. “Cuando volvimos en 1977 teníamos algo de dinerito y empezamos a comprar instrumentos para nuestras wawas. Yo he enseñado en una escuela básica, y en las horas cívicas llevaba a mis masis (del quechua, que significa amigos, prójimos, tu igual) para que hicieran sus prácticas, a ensayar con público. Y las wawas se han enamorado. Decían: ‘Profe, enséñeme a tocar’. Desde ese momento empezamos a impartir las clases, fue un éxito en Sucre”, dice Roberto.
Awkilinakata amtasiña (Hay que recordarse de los abuelos). El Centro Cultural Masis, creado en junio de 1980, en la actualidad cuenta con más de 120 alumnos en dos turnos, en la mañana y en la tarde. “Tenemos niños desde los cinco años de edad, quienes empiezan desde lo más básico y lo más sencillo, que para nosotros es la zampoña, debido a que tiene una metodología bastante sencilla”, explica Gabriela Sahonero, coordinadora del centro cultural chuquisaqueño.
A medida que ellos van formándose, los muchachos pueden cambiar de instrumento musical, de acuerdo con su vocación artística. “Hay grupos como los Juchuy Masis, que son los más pequeños, que tocan zampoñas y tienen un repertorio bastante sencillo, y también hay grupos de mayores, como una estudiantina que se ha formado acá”, agrega Gabriela. Después de un sanjuanito ecuatoriano y un pujllay, los visitantes piden otra canción. Los niños y Los Masis interpretan uno de los temas más bellos de esta región boliviana, compuesto por el orureño Gilberto Rojas.
Flor de Chuquisaca
me voy de tu lado
me voy llorando
porque te dejo mi pobre corazón
Al subir las gradas de piedra en la casa de Los Masis, el visitante se encuentra con salas que guardan decenas de instrumentos musicales, vestimenta local, recuerdos de los viajes de la agrupación y máscaras de diablada. “Son muestras de los años que tiene el centro cultural, recolección de muchos instrumentos, tejidos, recuerdos que nos han ido dejando varios amigos en las giras, además de la discografía de Los Masis y los álbumes de 45 años de trayectoria”, informa Gabriela.
Indudablemente, el salón de charangos es el más importante, pues resguarda verdaderas joyas del norte de Potosí, Oruro y Chuquisaca, principalmente. Entre los más de 30 charangos hay algunos construidos con esternón de cóndor y varios con detalles impresionantes. “Este charanguito —indica Roberto— es el más viejito, ya no tiene ni cuerdas; se encontraba en la chichería de mi abuela, ha sido seguramente el primer contacto que he tenido con un charango y nunca me he desprendido de él, tengo charangos de concierto, que son una maravilla en acústica, en procesamiento de madera, pero como éste no hay, es el más lindo”, admite el músico.
Entre los charangos existen varios hechos por luthiers (aquel que construye o arregla instrumentos de cuerda) de Villa Serrano, en Chuquisaca, quienes son conocidos como los mejores del país. Varios de estos ejemplares están tallados, uno de ellos con el rostro de un indígena y Los Masis inscrito en la caja.
Durante su charla, Roberto se va a una de las paredes de la sala y descuelga un charango que en la ceja tiene tallada una cruz andina. “La suerte es que tenemos este original de Mauro Núñez”, dice acerca del artista de Villa Serrano quien se distinguió por ser un virtuoso en la interpretación del charango y autor de varios temas folklóricos. Además de ello, los instrumentos que construyó son considerados de las mejores del mundo, motivo por el cual se encuentran en varios museos, según el músico y líder del grupo. El charango de Núñez que ahora se encuentra en el museo de Los Masis fue traído de una parroquia desde la lejana Alemania. “Lo hemos repatriado en una de las tantas giras que hemos hecho por Europa, lo encontramos colgando en una de las parroquias de Recklinghausen, casi en la frontera con Bélgica”, recuerda Roberto.
“Yo le pregunté al párroco cómo había obtenido este charango. Él dijo que había trabajado en Villa Serrano y que le había regalado don Mauro Núñez. ‘Pero esto no debería estar guardado en Alemania’, le dije, porque es uno de los pocos trabajos que él haría en Bolivia. ‘¿Quieres llevártelo?’, me preguntó. ‘Sí’, le dije. ‘Te cuesta un concierto si quieres’, me propuso. ‘Con ganas hemos tocado porque es una joya. Los charangos de don Mauro Núñez están en los museos jerarquizados en etnomusicología, están en todo lado”, resalta el líder de este movimiento cultural.
El yurásico
Después de narrar esa historia, Sahonero se va a otro rincón de la sala para mostrar un charango gigante, del tamaño de un guitarrón de mariachi. “Este charango se llama el Yurásico —señala Roberto—, porque (el animal del que está hecho) es uno de los descendientes de los cliptodontes, el tatú más grande que hemos encontrado, y tan bien procesado que su sonido se parece a un arpa. Los europeos se vuelven locos cuando escuchan un instrumento de estas características”.
Si pudiera hablarte
el gran Churuquella
te contaría lo que he sufrido
por conquistar tu amor
Otra sala está llena de objetos antiguos y recuerdos acumulados durante más de cuatro décadas de vida artística. En las paredes, aproximadamente 60 máscaras de diablada cuelgan y muestran otra faceta de Roberto Sahonero.
El líder de Los Masis bailó desde los tres años en la Fraternidad Artística y Cultural La Diablada de Oruro. “Creo que he tenido mucha suerte al tener experiencia de diablo desde mis tres años; mi papá ha sido el mejor lucifer que ha tenido nuestra diablada, he visto bailar a los mejores guías, les hemos igualado y después les hemos pasado, y de cada año que he bailado se ha quedado la máscara con la que he bailado”.
Sahonero empezó a bailar morenada en la ciudad de Sucre desde 1987, hasta que en 1994 fundó la diablada Centro Cultural Masis. Durante todo este tiempo recolectó máscaras de diablo común, satanás, lucifer, además de la china supay, diablesas y china diablas.
Adiós mi amor,
adiós mi adorada flor,
con el perfume de tus caricias
voy a sobrevivir
Llega el momento de dejar a los queridos amigos, a los hermanos del Centro Cultural Masis, con la lección de que se debe revalorizar nuestra cultura y con la promesa de volver a esta flor de Chuquisaca, para el reencuentro con lo nuestro. Eso que nos mantiene a ritmo.
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