Yacuiba lo vio nacer, pero Bolivia fue testigo de su crecimiento. Siempre cantó. Cuando tenía ocho años ya agarraba el micrófono y deleitaba a la gente. Desde entonces, Yalo se quedó para siempre sobre un escenario. Este mes cumple 30 años de trayectoria y para él esta aventura recién comienza.
Sus inicios
Su nombre real es Sadí Jorge Cuéllar Maire, pero todos lo conocen simplemente como Yalo Cuéllar. Nació en Yacuiba. Formó un dúo con Elmer Acosta y en La Paz integró varios grupos.
Comenzó haciendo trova y en 1986 grabó su primer disco (aún de vinilo) denominado Quiero ir al Chaco, junto con Toto Vaca. Cuatro años después publicaría Un canto por la vida al lado de Savia Andina. Ambos llevaron el sello de Discolandia.
Mucho después vendrían más álbumes de estudio: Chaco y punto (1993), Surazos del corazón (1995), Aromas de ausencia (1997), Vivir cantando (1998), Sueños (2000), Agridulce (2003), Trovalgando (2006), Francocantador (2007), Segundo tiempo (2010) y Así es la vida (2014).
El 98% de los temas son inéditos. Cuando los compone se sienta sobre una mesa y al lado de la hoja, el lápiz y el borrador no puede faltar un buen vino. Mejor si lleva la etiqueta syrah. Es su favorito. Antes, crear una canción no lo hacía llorar demasiado. Ahora, eso cambió.
“Lloro más seguido. El pasar de los años te hace más blando. A veces te duele... pero la felicidad de terminarla (de escribir) es algo mucho más grande que cualquier otro sentimiento”, cuenta. Durante toda su vida ha sido un contador de historias. Siempre está atento a lo que le dice la gente, a cómo mueven los labios o cómo caminan.
“El arte es un estado de ánimo. Me gusta cantar contando o contar cantando. Más que cambiar algo en estos 30 años, he madurado”, explica. Y en ese camino de las luces y los aplausos Yalo pudo convertirse, poco a poco, en uno de los representantes más importantes de la música folclórica en Bolivia. Como dice él, creció.
Conociéndolo más
A Yalo no solo le gusta un buen vino, sino también se deleita con un plato caliente de falso conejo, un picante de lengua o un majao. Es amante de su familia. Se casó con Roxana Abud y se fue a vivir con ella a Cochabamba. Tuvieron dos retoños.
Bruno (25) y Mateo (21) también son artistas. “Pero, ninguno canta”, apunta. Los dos estudian Música en Buenos Aires. Bruno es violinista del quinteto de tango Finisterre y Mateo, percusionista y baterista de un grupo llamado Alma Mula. Cuando terminen sus estudios volverán al país para mostrar su canto. “Y, quizá, cantemos los tres”, añade.
Sus hijos, su tierra y el folclore le dieron todo. Tiene 52 años y no piensa colgar el micrófono. “Siempre falta algo y hay pretextos para seguir componiendo. Mientras más das, más faltará”, subraya.
Aprovecha a hablarle directamente a las autoridades bolivianas: “Respeten a los artistas nacionales. Hagan más festivales para nuestra música”. Y solo les pide apoyo, porque no le interesa ningún cargo. “No me gusta la parte sucia de la política. No es mi vocación. No voy a entrar a probar si me gusta o no”, agrega. Y también envía una reflexión: “A veces el microrregionalismo (en Bolivia) nos daña mucho o también nos hace inflar el pecho”
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