Cuando se le pregunta el porqué de su firme predilección por este ritmo musical, Claure es franco y directo: “yo me casé con la cueca, me fui de la mano de la cueca, volví de la mano de ella y la acompañaré hasta la muerte”. Y como todo esposo enamorado, desea que el resto del mundo conozca y admire a su “amada”; fue posiblemente este sentimiento el que lo llevó a transitar otros espacios fuera del musical –mandando cartas a políticos y autoridades y recolectando firmas en una página web– para lograr ese cometido.
“La cueca es una pieza muy conocida entre la gente de afuera, pero no la conocen tanto como boliviana, para los suizos (por ejemplo) es como indistinguible, podría ser un huayño (...) su rango es no imponente, no es compleja, y eso es lo que busco, que sea un género distinguible, que se la aprecie en su maravillosidad”, explica el guitarrista y antropólogo (su tesis de licenciatura trató la función de la cueca boliviana en la sociedad cochabambina).
Claure toca cueca, la compone, la vive y la estudia, y también trabaja en su complejización. “Llamo a mis cuecas alternativas, las presento en su forma tradicional y no tradicional, no sigo su estructura convencional, pero sí la de la cueca original boliviana, cuyo único fin era el ritual del coqueteo galanteo y conquista”.
Si bien uno de sus últimos trabajos se llama “Cuecas para no bailar”, Claure aclara el sentido detrás de ese título: “prefiero que las escuchen, para apreciar el trabajo detrás de ellas: el guitarrístico y vocal. La cueca es para bailar, pero me gusta prestar más detalle al oído”, enfatiza el compositor, para quien la cueca, aunque familiar, sigue siendo un tesoro que merece reconocimiento pleno como un símbolo boliviano identitario.
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